martes, 3 de marzo de 2009

Agustina, una pequeña naturalista a bordo




Ya era tarde cuando sono el telefono y se nos agregaban tres pasajeros mas para nuestra travesia del dia siguiente a la Reserva Provinicial Isla Pinguino. Temprano a la mañana siguiente conocimos a nuestros tres nuevos tripulantes, siendo Agustina Barella la mas pequeña de todas. Viajaba con su papa y abuelo, en un viaje tan maratonico como increible, conociendo lugares tan espciales como el hogar de nuestro pinguino Penacho Amarillo.


Al principio Agustina no se despegaba de sus seres queridos pero a medida que fue tomando confianza no se despego de mi a lo largo de todo el recorrido por la isla. Preguntaba, constataba algunos datos, recolectaba elementos que le llamaban la atencion para luego guardarlos como valiosisimos trofeos, observaba con detenimiento, algo no muy comun en la mayoria de los chicos de hoy ... No quedaba dudas de que llevaba una pequeña naturalista en su interior con un avido interes por conocer mas y de disfrutar de la naturaleza ...


Los que hacemos "Los Vikingos, Excursiones de Naturaleza" le mandamos un saludo muy especial desde la Patagonia, esperando que atesore todas estas experiencias que su familia le hace posible vivir y quien sabe, quizas alguna vez volvernos a encontrar para disfrutar y compartir una vez mas de nuestras bellezas naturales.

domingo, 1 de marzo de 2009

Clara tras los pasos de Darwin




Clara, una argentina que reside ahora en Oakland, California Usa nos vino a visitar unos dias para disfrutar de todas nuestros destinos tan unicos como deslumbrantes. Habiendo conocido y caminado el Cañon del Colorado no esperabamos impresionarla demasiado con el valle del Rio Deseado. Sin embargo, nuestra sorpresa fue descubrir el impacto que los Miradores de Darwin ejercieron sobre ella, y mucho mas la pequeña muestra de pinturas rupestres de los pueblos originarios de nuestra zona, los tehuelches. La caminata por los cañadones, la escalada del cerro y la vista sublime del zigzageo y meandros del rio quedaron grabadas en sus pupilas y en su maquina de fotos que pronto quedo sin memoria suficiente para seguir sacando fotos. Ante esta situacion tuvo que recurrir a la ayuda de uan camera amiga que le tomara las ultimas fotos imperdibles del atardecer sobre esta muestra de la infinitez de la naturaleza y del paso del tiempo ... tal cual como Darwin lo vio hace ya 176 años y tras millones de años de continua evolucion la geologia del valle no hace mas que reforzar la idea de un mundo mutante que cambia lentamente e imperceptiblemente con el paso del tiempo.
PD: Debemos admitir que paso con honores la prueba del cierre de la tranquera patagonica!

viernes, 13 de febrero de 2009

TRAVESIA A LA ISLA PINGUINO CON LA EMPRESA LOS VIKINGOS


Asi describio la TRavesia a la Isla Pinguino, la periodista Sandra Bonetto para el suplemento Viajes del diario Clarin.

Aventura en el mar
El despliegue de la naturaleza de la ría es apenas una especie de introducción. En las aguas del Atlántico, a 11 millas náuticas —casi 20 kilómetros— de la ciudad, la Isla Pingüino brinda otro plato fuerte.Para llegar a ella hace falta una buena dosis de conocimiento y espíritu de aventura, algo que abunda en los operadores turísticos locales. Lo logramos tras una hora de navegación al amanecer, con un viento frío que ayuda a despertar a los más remolones.Si los cálculos fueron correctos, la marea estará lo suficientemente alta como para que el desembarco sobre una roca sea una maniobra sencilla, aunque no del todo desprovista de adrenalina.Luego de saltar de piedra en piedra, descansamos en una pequeña planicie y nos concentramos en el paisaje: sobre una loma, un viejo faro rompe las líneas horizontales del entorno, y dota al sitio de una atmósfera de cuento. Como oficiando de anfitriones y marcando el camino, una hilera de pingüinos sube la colina que conduce a la torre abandonada.Al seguirlos, una nueva dosis de aventura: lanzados a toda velocidad sobre los cuerpos de los intrusos viajeros, los skúas defienden sus nidos cual pilotos kamikaze.Tras un par de “cuerpo a tierra” y la frustrante sensación de no poder llegar a la cima, el guía revela el secreto: agitar un palo por encima de las cabezas evita ser atacados por los iracibles skúas. Sólo así podemos seguir la marcha de los pingüinos.El faro abandonado, con su torre pintada con las clásicas rayas rojas y blancas, sirve de refugio a cientos de estas aves, como si se tratara de un enorme gallinero. En la tranquilidad de una isla desierta, interrumpida apenas por un puñado de visitantes, las hembras empollan entre los recovecos de la construcción.De pronto, colina abajo, desde el lado opuesto de donde desembarcamos, oímos unos chillidos totalmente diferentes, desconcertantes. El escarpado terreno invita a tener cuidado mientras buscamos la fuente de esos intrigantes sonidos. Cuando ya comenzamos a dudar si podremos descubrir de dónde vienen los chillidos, asomando desde una profunda grieta, miles de cabecitas, agrupadas de dos en dos: estamos ante la única colonia de pingüinos de penacho amarillo de nuestro territorio continental, una especie que anida en casi todas las islas subantárticas y en las Malvinas.Diferentes a los archiconocidos pingüinos de Magallanes, los de penacho amarillo se caracterizan por un tamaño menor y un andar diferente. Saltando de roca en roca, cultivan un look más informal que el de sus parientes. Sus desprolijas plumas de un intenso amarillo en cada sien les confieren un aire algo punk, y sus ojos de un fuerte color rojo le dan un aspecto intrigante a su mirada. Los más chicos reconocerán de inmediato a “Amoroso”, el personaje del pingüino sabio de la película “Happy Feet”.
“Es el día más maravilloso de mi vida”, exclama Rita, una turista norteamericana, mientras un pingüino mira fijo y de cerca a la lente de su cámara. Imperturbables ante la presencia de los visitantes, casi hasta el punto de la descortesía, siguen con sus labores cotidianas.Durante la temporada de reproducción, las parejas se establecen en esta grieta y se turnan, sin distinción alguna de sexos: uno empolla mientras el otro se alimenta. La tierna escena atrae hacia los nidos, pero nos detiene una advertencia del guía: pese a su aspecto simpático y su andar confiado, estos pingüinos se tornan muy agresivos a la hora de defender sus huevos.Tras una breve pausa, la caminata sigue por un laberinto de rocas que desemboca en una pequeña bahía. Allí, decenas de lo bos marinos —y algún que otro elefante marino— asoman sus cabezas en el agua, a la espera del momento de pisar tierra firme para tenderse al sol.Unos pasos más allá, una pradera —algo extraño por estas latitudes— deja divisar el punto donde se produjo nuestro desembarco, a los saltos. Esa roca, con la marea baja, se ve mucho más alta, y por el momento la misión de volver a puerto parece un imposible. Por eso, luego de sortear la planicie y un nuevo ataque de los skúas, se impone un almuerzo para socializar tantas experiencias y aguardar a que las aguas encuentren la altura propicia para emprender el regreso a Puerto Deseado.Luego de una hora de navegación, los techos de las casas de Puerto Deseado comienzan a verse cada vez más cerca, mientras algunos delfines australes acompañan el paso de la lancha. Como para dejar en claro que el juego no es patrimonio de las toninas que habitan en la ría. Quizás sea la forma que la naturaleza tiene de agradecer a quienes no se desaniman por las distancias. O el premio por animarse a ir en busca de lo desconocido.

Sandra Bonetto para el Suplemento Viajes de Clarín.